Estragegias, Marketing y Branding Politico

Rajoy es más creíble que ZP

Tras desvanecerse los últimos ecos de la apoteosis futbolera, vuelve la realidad política a las portadas.




Y con ella la sensación de una película que ya hemos visto, como si los discursos y los titulares fuesen reposiciones televisivas de madrugada, un permanente y aburrido déjà vu que no deja de anunciar un final previsible: la inevitable derrota de Zapatero en las urnas, porque el presidente hace mucho que ha dilapidado y arrastrado la confianza de los electores. La única incógnita por desvelar, en este guión de escaso suspense, es la fecha en la que se producirá el cada vez más anhelado desenlace.
La encuesta que IPSOS ha realizado para LA GACETA –con ocasión del Debate sobre el Estado de la Nación– confirma esa tendencia imparable hacia el ocaso socialista, un descenso largo y continuado pero a la vez de poca pendiente, en el que ya no se deben esperar grandes vuelcos de la opinión pública, sólo ese goteo constante, la lluvia fina que precede a las victorias de los populares. Y es que estos triunfos, ya sean autonómicos o nacionales, nunca se han cimentado en vistosos golpes de efecto, grandilocuentes discursos o utilización propagandística de hechos trágicos y puntuales, es decir, exactamente lo contrario a la estrategia electoral que utiliza el Partido Socialista. Los éxitos del Partido Popular son la negación del marketing –en el que siempre parecen operar con la desventaja de sus complejos–, y sólo se sustentan en la percepción social de la dura realidad, que más allá de los eslóganes y las campañas acaba empapando las expectativas de voto.
Las cifras de la encuesta dan por ganador a Rajoy en el debate, aunque con un margen tan escaso –poco más de dos puntos– que casi se puede hablar de un empate técnico. Sin embargo, es curioso observar cómo la distancia se amplía cuando las preguntas profundizan en el mensaje y en el actor más que en la puesta en escena. Así, cuando el encuestado responde sobre la credibilidad demostrada por cada uno de los líderes, la distancia se duplica (44,2 para Rajoy, 39,6 para Zapatero), y, preguntados sobre cuál de los dos es merecedor de más confianza, el líder popular casi alcanza los nueve puntos porcentuales de ventaja.
La última pregunta de la encuesta de IPSOS revela que a la gran mayoría de los españoles el debate no le ha servido para modificar su intención de voto, pero que entre quienes sí lo han hecho se han decantado abrumadoramente por el Partido Popular. Nada de esto puede sorprendernos si nos atenemos a la interpretación antes anunciada: cada vez importa menos la estrategia gestual, las frases estudiadas, los clímax del discurso diseñados para aparecer en el corte del telediario. Nada de eso cobra ya una especial relevancia. El marketing político ha pasado a un segundo plano ante la terrible realidad que vive la sociedad española, en la que –aunque se ha tardado en percibir la gravedad de la situación– cada vez menos gente parece dispuesta a dejarse hipnotizar por cantos de sirena, y es del todo improbable que las estratagemas dialécticas y publicitarias consigan que Zapatero recupere la confianza pisoteada.
El mismo presidente tuvo que reconocer en el transcurso de su intervención que las encuestas reflejaban su falta de apoyo popular. Si en España la memoria colectiva no se diseñase mediante leyes y subvenciones, sería el momento de recordar los discursos de Zapatero durante la segunda legislatura de José María Aznar, en los que, con machacona vehemencia, reprochaba al Gobierno su falta de apoyos en la calle, tratando así de deslegitimar a los que contaban con la mayoría absoluta de la Cámara. Ahora parece olvidarse de aquello –en realidad casi toda la trayectoria política de Rodríguez Zapatero consiste en olvidarse de lo dicho y prometido– y aunque su inestable mayoría parlamentaria se tambalea, tiene el valor de afirmar (lo hizo con soberbia respondiendo a la intervención de Rosa Díez) que la democracia consiste en un contrato de cuatro años y que él está dispuesto a agotarlo. Parece que así lo hará incluso aunque el país entero, los mercados, los trabajadores, los empresarios, las familias y buena parte de los Gobiernos aliados le pidan que deje de prolongar su agonía y la de España. Como si su modelo político fuese Allende (al que todas las cacerolas de Chile le exigían la dimisión), ZP casi parece suspirar por que la democracia se colapse y un cataclismo le justifique románticamente ante la Historia, como a los más nefastos políticos del pasado.
El estado de la Nación es, en resumen, de desconfianza, casi de miedo, atemperado sólo por el analgésico futbolístico, placentero pero insuficiente. Se asume con resignación que la larga caída aún puede durar un par de años, tiempo de sobra para liquidar por completo los restos del mesiánico proyecto zapateril, y que luego el poder caiga como fruta –más podrida que madura– en manos del Partido Popular.
Esta expectativa de futuro hace que deban valorarse –y aplaudirse– las palabras de Rajoy pidiendo elecciones anticipadas. Es del todo cierto que lo mejor para su partido sería esperar a que se consumase el suicidio político de Zapatero, porque el peor enemigo del presidente sigue siendo él mismo. Por eso la postura de Rajoy demuestra un ejercicio de responsabilidad política, que el inquilino de La Moncloa es incapaz siquiera de vislumbrar.
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